sábado, 18 de febrero de 2012

a veces duele decirlo

Por un momento recordó la delicada noche en la que bajo aguas de cristal y hielo comenzó a sentir cómo una fuerte presión oprimía su pecho. Sus labios estaban sellados, a la par que sus ojos abiertos observaban la belleza del paisaje submarino que la rodeaba. Ahí abajo buscaba algún tipo de escape a toda su maraña de problemas, cual pez cobarde. Qué tristeza. La falta de oxígeno terminó por demostrarle que debía salir a enfrentarse a lo desconocido, y que su vida no siempre sería ese bello paisaje bajo el agua. Una vez fuera, se sentó sobre la arena que más tarde envolvió todo su cuerpo, y susurró dos palabras con expresión de terror en la cara. Pocas veces sintió que se la tragaba el mundo como en aquella ocasión. Entonces, ese fue el momento en el que decidió no volver a decirlas sin un buen motivo. O sin saber bien a quién se las estaba diciendo.
Ahora, con la misma presión sobre el pecho se pregunta por qué no se hizo caso a sí misma.

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