jueves, 24 de noviembre de 2011

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Poco a poco, a medida que las ideas y los deseos salen de mi cabeza para pasar a formar parte del papel, donde seguramente estén mejor refugiados del frío y las tormentas de nieve, un enorme puñado de palabras que tan pronto ordene a mi extraña manera te harán sonreír, se cuelan poniéndoles título a las fotos que les he hecho a los sueños. Pero nadie las puede ver. Sólo yo. Como una película antigua, de las que han sido recuperadas de entre las cajas salpicadas por el agua salada durante largos viajes, se reproducen ahora frente a mis ojos, casi en blanco y negro, imágenes de la habitación junto al mar por la que camino descalza, de puntillas hacia la ventana, porque todavía estás dormido. Las imágenes se detienen, veo cómo la chica sentada frente a mí se ha percatado de mi nueva sonrisa, y vuelvo a transportar mi atención a lo que tengo entre las manos, mientras, de forma casi traviesa, los labios rojos vuelven a dibujar media sonrisa mientras la mano izquierda pone dos puntos tras la frase que acaba de escribir: Cosas que haré antes de irme de aquí.