martes, 19 de junio de 2012

Quiero jugar, y no es mentira

Entra T con algún tipo de sonrisa de esas que contagian, pero ya hace algún tiempo o algunos años que no consigue hacerme efecto. Después de un rato de respuestas en monosílabos y carentes de los sentimientos escondidos que antes podían percibirse incluso en los simples "hola", T dice que ha vuelto por algo, que no son sin sentido todas esas historias de guerra en las que mueren los buenos y las buenas intenciones. Ah, y que ha dejado de fumar. Empiezo a sentir que soy un elemento que sobra en esa conversación, como las televisiones en los dormitorios cuando duermen en ellas dos personas. Bueno, duermen...
-Tienes que volver -dice T, y asaltan mi cabeza unas mil y cuatro ideas.
Le pregunto, ya con cierto interés por el tema, por qué debería pisar de nuevo ese lugar, y sin contestar a mi pregunta, T empieza a enumerar situaciones pasadas que a mí me resultan familiares. Mucho. Tanto que alguna duele. T lo sabe y para. Escoge otra sonrisa del amplio abanico de ellas que posee, y me miente como no sabe hacerlo nadie más, de modo que casi no me importa que lo haga. Miénteme T. Me miente y me dice que me echa de menos. Yo también le miento y le digo que hace mucho que nadie me hace estremecer como él. Nos mentimos y nos gusta. Después de decirnos esto, ya nada más queda que callarme, poner mis dedos sobre tu cuello y decirte al oído algo que te encanta. Pero no te confundas, T, todo es mentira. Ya nunca me acuerdo de ti, hasta que apareces con ganas de jugar.

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